Año: 2025

Apuntes sobre Territorio de uno mismo, de Odín Hernández Ortiz

En Territorio de uno mismo, Odín Hernández Ortiz ofrece un mapa lírico en el que convergen lo íntimo y lo urbano, lo doméstico y lo metafísico. El poemario, estructurado en cuatro secciones —Demarcación itinerante, Territorio vascular, Topografía doméstica y Accidentes geográficos—, constituye un itinerario vital donde la voz poética se enfrenta al desarraigo, la memoria familiar y la precariedad de la vida moderna.

Lo cotidiano como revelación

El primer hallazgo literario del libro es su capacidad de transformar lo cotidiano en epifanía. Escenas aparentemente triviales —un viaje en metro (Trasbordo), el silbido del carrito de camotes (Nocturno del carrito de los camotes), un padre que enciende luces navideñas con su hijo (Los tiempos de la luz)— se elevan a categoría simbólica. Esta poética recuerda a José Emilio Pacheco, quien afirmaba que “la poesía es la revelación de lo ordinario en su carácter extraordinario” (Pacheco, No me preguntes cómo pasa el tiempo, 1969).

Ironía, sagrado y desencanto

Otro de los rasgos distintivos es la relación ambivalente con lo sagrado. Poemas como Los caminos de Dios son a veces una mierda o 01-800 DIOS exhiben un tono que oscila entre la blasfemia irónica y la súplica desesperada. Aquí se percibe la herencia de un Baudelaire desacralizado, quien ya en Las flores del mal (1857) mostraba que la trascendencia podía surgir de lo profano. Asimismo, resuena la observación de Octavio Paz: “La poesía moderna es simultáneamente una revelación y una burla de lo revelado” (Los hijos del limo, 1974).

La poesía como supervivencia

En La última moneda y Oficio vital, la escritura aparece como única defensa frente a la intemperie. El sujeto lírico porta una “moneda negra de la poesía” que no sirve en el mercado, pero que paga las deudas del alma. Este gesto conecta con la tradición de Idea Vilariño —citada explícitamente en La economía de la luz— y con el dictum de Paul Celan: “La poesía es un mensaje en una botella lanzada con la esperanza de que alguien la recoja” (El meridiano, 1960). Hernández afirma así la función de la poesía como práctica de resistencia existencial.

Intimidad y ternura como contrapeso

Un aspecto decisivo de Territorio de uno mismo es su registro doméstico. Los poemas dedicados a Dante, su hijo —Dylan sobre el tapete, Un insospechado efecto de la luz, Te has quedado dormido— revelan la ternura como resistencia. Frente a la violencia del mundo, la intimidad familiar se convierte en una “topografía doméstica” donde el amor y la fragilidad conviven. Aquí se inscribe en la línea de poetas como Roberto Juarroz, a quien se cita en el epígrafe inicial, para quien “la intimidad es un abismo que también constituye un mundo” (Poesía vertical).