
Vivimos en una época donde la cantidad de información a la que estamos expuestos supera, por mucho, nuestra capacidad de procesarla. Noticias verdaderas, medias verdades, rumores, propaganda y francas mentiras conviven en los mismos espacios digitales, sin distinción clara para el lector común. Este fenómeno, que se ha intensificado especialmente desde la pandemia de COVID-19, ha sido nombrado por la Organización Mundial de la Salud como “infodemia”: una sobreabundancia de información, alguna precisa y otra no, que dificulta encontrar fuentes confiables y orientación certera cuando se necesita.
En medio de esta saturación, una pregunta urgente atraviesa nuestras aulas, redes y conversaciones cotidianas: ¿cómo distinguir una noticia real de una fake news? Las respuestas suelen centrarse en soluciones tecnológicas —algoritmos, verificadores automáticos, inteligencia artificial—, pero hay una herramienta más profunda, humana y formativa que pocas veces se menciona: la literatura.
¿Por qué leer literatura en tiempos de fake news?
La literatura no nos ofrece datos ni estadísticas, pero sí nos forma como lectorxs críticos, agudiza nuestra atención al lenguaje y a las estructuras narrativas, y nos entrena para identificar contradicciones, omisiones y puntos de vista. En un mundo plagado de discursos engañosos, la literatura es una escuela de sospecha.
La teórica argentina Beatriz Sarlo, en su libro Tiempo pasado, afirma que “leer literatura es también aprender a leer ideología”. Es decir, cada narración —por más ficcional que parezca— arrastra un punto de vista, una selección de lo que se dice y lo que se calla. Cuando leemos novelas o cuentos con atención, ejercitamos esa capacidad de detectar quién habla, desde dónde y con qué intención. Ese entrenamiento resulta crucial para leer críticamente una noticia viral en redes sociales, un video conspiranoico en TikTok o una cadena de WhatsApp.
La lectura literaria como práctica lenta y reflexiva
Frente al vértigo de las redes sociales, donde se premia lo inmediato y emocional, la literatura nos invita a detenernos, a desconfiar de lo evidente, a leer entre líneas. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en La sociedad del cansancio, sostiene que vivimos en una cultura de la hipertransparencia y la hipercomunicación, donde ya no se filtra ni reflexiona: todo se dice rápido, todo se comparte. Frente a esa inercia, el acto de leer literatura puede ser visto como un gesto de resistencia: “La lectura profunda exige concentración y tiempo; es lo contrario al clic.”
La literatura nos entrena en ese ritmo otro: exige paciencia, implica revisar el lenguaje, interpretar silencios. Cuando una noticia circula demasiado rápido, con demasiada certeza, sin matices ni fuentes claras, la mente formada en la lectura literaria desconfía. “¿Por qué esta información quiere convencerme tan rápido?”, se pregunta. La sospecha es el primer paso hacia la verdad.
Ficción, verdad y verosimilitud
Un tercer aporte clave de la literatura en la era de la infodemia es su trabajo constante con la verosimilitud, esa delgada línea entre lo real y lo creíble. Como recuerda Tzvetan Todorov en sus estudios sobre narrativa, especialmente en Introducción a la literatura fantástica, los relatos no necesitan ser reales, pero sí verosímiles dentro del universo que construyen. Esa noción, aunque proviene del análisis literario, puede trasladarse al análisis de noticias falsas: una fake news es efectiva no porque sea verdadera, sino porque se presenta como verosímil dentro de nuestras creencias y emociones.
Por eso, la literatura nos entrena no solo en detectar lo que es falso, sino en reconocer lo que suena creíble solo porque coincide con nuestros prejuicios. Un cuento fantástico que juega con la duda —como los de Borges, Cortázar o Shirley Jackson— nos recuerda que no todo lo que parece verdadero lo es, y que no todo lo que parece absurdo debe ser descartado sin reflexión.
Leer es un acto político
Volver a la literatura no es un lujo intelectual, sino una necesidad educativa y ciudadana. En la escuela, leer cuentos, novelas, obras de teatro y poemas no solo forma futuros escritores o académicos: forma lectorxs críticos, capaces de navegar entre discursos, de detectar manipulaciones, de resistir el poder de la desinformación.
Promover la lectura literaria en preparatorias y universidades, entonces, es un modo de preparar a las nuevas generaciones para enfrentar la infodemia con más herramientas que el escepticismo o la indiferencia. Se trata de formar subjetividades atentas, imaginativas y críticas. En palabras de Beatriz Sarlo: “leer bien no es solo comprender, es también desconfiar”.
Bibliografía citada:
- Beatriz Sarlo, Tiempo pasado: Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión (2005).
- Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio (2010).
- Tzvetan Todorov, Introducción a la literatura fantástica (1970).